Portada del texto 'Los viejos y buenos tiempos' por Bernardo Fernández, Bef
Foto: Rawpixel

Los viejos y buenos tiempos

INTELIGENCIA ARTIFICIAL

Redimensionar el imaginario

Por Bernardo Fernández, Bef   |    Marzo de 2025

Metal contra carne, un conflicto inmemorial que se antoja irresoluble e inevitable.


En 1986, el escritor yucateco Juan José Morales Barbosa (1934-2017) publicó el cuento “Los viejos y buenos tiempos”. En la historia, situada en un futuro más o menos cercano, un solo hombre revisa en el monitor de su computadora el cierre de edición de un periódico mientras recuerda cómo redactores, cronistas y reporteros fueron poco a poco sustituidos por computadoras.

Con gran sentido del humor, Morales Barbosa contaba que en ese futuro imaginario, cuando aparecieron los primeros programas (así se les llamaba entonces) capaces de redactar un texto, los resultados eran torpes, francamente lamentables. El colorido gremio de los periodistas se burlaba, desde las cantinas, de la inepta ejecución de la máquina.

Cuando las máquinas alcanzaron la capacidad de escribir un texto coherente, las risas eran menos sonoras mientras entrechocaban las cubas en las piqueras (que proliferan en las inmediaciones de los diarios). Entre botanas y tragos, los tundeteclas se palmeaban las espaldas mutuamente. “No te preocupes, mano”, se decían, “una máquina jamás podrá tener estilo, nunca será capaz de producir un texto con alma, jamás podrá hacer la crónica de un juego de futbol que estremezca a los lectores”.

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Foto: Yulia Grigoryeva

Pasa poco tiempo antes de que las subrutinas de aprendizaje del software de ese mundo ficticio aprendan que el estilo no es sino la repetición de muletillas, errores y manierismos. Transcurridos algunos años, las computadoras son capaces de escribir un editorial, la reseña de una pelea de box o una nota de sociales con la misma habilidad que el más veterano de los periodistas, quienes no sólo pierden terreno ante las máquinas redactoras, sino que terminan desapareciendo como gremio.

El anónimo editor del periódico, único empleado que tuvo la previsión de aprender computación, revisa la edición final, totalmente redactada y diseñada por entes digitales, antes de pulsar la tecla que mandará el archivo digital a los talleres de impresión.

La historia termina con este hombre abriendo el archivo de texto de la novela que está escribiendo, única actividad, nos dice el cuentista, en la que los humanos serán irremplazables.

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Foto: Benis Arapovic

No leí el texto cuando se publicó originalmente, en el número 69 de la revista Ciencia y Desarrollo del entonces Conacyt (en aquel año mundialista, yo tenía apenas 14 y estaba más interesado en las Guerras Secretas de Marvel). Di con él ocho años después, en el primer volumen de la antología de ciencia ficción mexicana, Más allá de lo imaginado, que publicó Federico Schaffler en 1991, en el Fondo Editorial Tierra Adentro. Desde entonces ha resonado en mi cabeza.

Y esto ha sucedido por dos razones: la primera, me sorprende cómo un autor de la periferia global pudo tener esa lucidez prospectiva (recordemos que los escritores de ciencia ficción no predecimos el futuro, planteamos los peores escenarios posibles). La otra: siempre me pregunté por qué el autor no mencionaba a los caricaturistas entre los oficios desplazados.

El software aprende que el estilo no es sino la repetición de muletillas, errores y manierismos.

Ahora que el trabajo de ilustrador es (no tan) lentamente desplazado por las IA, y que programas como ChatGPT parecen volver realidad el mundo imaginado por Morales Barbosa hace cuarenta años, no puedo evitar remitirme a la novela Duna (1965), de Frank Herbert, recientemente llevada a la pantalla con gran éxito e iniciadora de una larguísima serie de libros, secuelas y precuelas. En su universo, las computadoras, los sistemas digitales y las IA quedan prohibidas tras una sangrienta guerra conocida como la Yihad Butleriana o la Gran Revuelta.

Tras el conflicto, surgen los mentats, personas con capacidades numéricas superlativas, capaces de realizar todo tipo de cálculos a gran velocidad que sustituyen a las “máquinas pensantes”.

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Veinte años después, a mitad de los ochenta, Bruce Sterling situó su novela Schismatrix en el universo mecanicista-formador, donde la humanidad, expandida por el universo, sigue dos caminos paralelos. Los mecanicistas, entusiastas de las máquinas y las computadoras, amplían las capacidades a través de prótesis, al tiempo que los formadores lo hacen por medio de modificaciones corporales e ingeniería genética.

Ambas facciones terminan peleando a muerte. Carne contra metal, en un conflicto inmemorial que se antoja irresoluble e inevitable.

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Hace unos días, en la infinita vorágine digital me encontré con un anuncio ominoso: “Escriba, edite y publique en Amazon una novela en un solo día”. En manos de un autor más talentoso que yo, esa frase habría disparado un buen cuento, acaso a la altura de “Los viejos y buenos tiempos”. Yo sólo alcancé a atisbar un futuro donde los periodistas persisten, pero los novelistas somos sustituidos por sistemas expertos que redactan libros maravillosos.

En ese mundo, editores alimentan a sus IA, por un lado, con las grandes obras de la literatura mundial de los últimos 500 años, y por el otro, con los libros más vendidos de tres lustros para acá. Cuando el programa los ha asimilado, escribe la más grande obra maestra de las letras globales y el éxito de ventas imbatible para ese verano.

La máquina tarda apenas unos instantes en componer ambos textos. El primer libro recibe instantáneamente todos los honores literarios, desde los juegos florales locales, el premio Planeta, el Alfaguara, el Herralde, el Booker, el Pulitzer, el Prix Goncourt hasta el Cervantes y, tras pocas semanas, el Nobel.

El segundo vende en pocas horas 1,200 millones de ejemplares en todas las lenguas a las que su propia máquina autora lo traduce en minutos.

La historia terminaría con un equipo de programadores del MIT y la Universidad de Tsinghua, auspiciado por Microsoft, Google y Amazon, colaborando en el desarrollo de una IA capaz de leer los millones de obras maestras que son producidas por usuarios de este programa cada minuto.

¿Suena al menos interesante? Pídanle entonces al ChatGPT que lo escriba.

Yo no me atrevo.







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Foto: cortesía del autor


También conocido como Bef, BERNARDO FERNÁNDEZ es escritor y dibujante.